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la cocina campesina

s la frustración por el trabajo en la finca donde no pagan lo que deben. Es el beso urgente para la hija que nos visita de la capital dos veces al año. Es el macuy, la cebolla y el tomate cocidos a fuego lento. Es el visitante que agradecido come mis tortillas negras. Es la nieta tomando caldo con verduras con una sonrisa pintada en su rostro. Es el café con azúcar o panela para calentar la vida. Es el té de hierbas para curarse en salud. Es la media docena de chuchos esperando una mano levantada. Es la luz tenue bajo la rendija de la puerta que nos recuerda que la noche ya pasó y que el sol siempre se levanta. Es la luna llena que se cuela por la esquina de una teja y se autorretrata en el lienzo de barro que tenemos por piso. Es la ceniza que va cayendo, lentamente, de tres leños que arden en la estufa. Son las canas que se nos pintan y los cabellos que ya han caído. Es el murciélago pequeño que se mete por la ventana buscando fruta. Es el tacuazín que nos regala proteína. Es una docena de pollitos peleando por dos lombrices encontradas a media mañana. Es doña Bonifacia que nos pide consejo. Es don Juan que sueña con mejorar su cultivo. Es el viento que llega desde el cerro con olor a ciprés. Es la mazorca amarilla que se bebe sorbo a sorbo en el atol. Es la mazorca blanca que llena la panza. Es la mazorca roja que cura la varicela y alimenta el espíritu. Es incienso para el corazón del cielo. Es oración para el corazón de la tierra. Es la leche de mi pecho bañando a las hijas. Es la leche de vaca hirviendo en el tazón. Las lágrimas por el hijo migrante que fallece en el camino al norte. Once partos que morí y resucité. Es la entraña desgarrada por la violación sexual que un patrullero cometió durante la guerra. Es soledad. Es compañía entre mujeres.

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Pablo Sigüenza Ramírez

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tavanito

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